Si
muriera, no quisiera que mis recuerdos se extinguieran... En la región de la
frailesca las lluvias se sienten, son parte de recuerdos inolvidables, parte de
la vida de todo frailescano, porque todos tenemos recuerdos de lluvias con
truenos, relámpagos, vientos, lluvias interminables. Viví con mis abuelos mucho
tiempo, fui la primer nieta de Don Romeo Nucamendi Sánchez y Doña Alicia Velázquez
Ocaña, por lo tanto consentida y querida por ellos, él un hombre
agradable, acomedido, muy juguetón con todo el mundo. Mi abuela una mujer
de carácter, entregada a su casa pero sin ser sometida jamás
por ningún modo, mi abuelo la amaba y ella amaba a mi abuelo, de esos
amores épicos que casi no se ven hoy en día. Mi abuelo falleció
cuando yo tenía 9 años... casi no recuerdo la voz de mi abuelo, solo recuerdo su
cara, sus mano y su manera de ser. Cariñoso, amoroso un
hombre excepcional, siempre tratando de complacer a su nieta, que era la
luz de sus ojos por ser la primera... A mis 5 años, me recuerdo en la casa
de mis abuelos caminando de un lado a otro por el miedo de la tempestad, mi
abuela en la cocina preparando café de grano en
un fogón enorme que mi abuelo le había construido, me
llamaba tanto la atención verla hacer café, ponerlo en el colador de manta y
darle vueltas para exprimír hasta la última gota, pero eso no importaba, -qué tenés
Albita que no encontrás sociego!... la tormenta se escucha, los árboles silban
por el aire que no descansa... un miedo incesante dentro de mí, veía a
mi abuelo sentado en una silla de la mesa que estaba en el corredor, la silueta de mi abuelo, alto, delgado, con sus ojos azules, profundos como el mar,
recuerdo que me decía -qué tenés hijita, no tengás miedo- me llamaba
a sus brazos mientras fumaba un cigarro, ahí me sentía mejor,
los brazos de mi abuelo eran el mejor lugar para descansar, todas las tardes sin
falta recuerdo que salíamos a la calle a sentarnos en una silla que mi
abuelo tenía, mi lugar siempre fue la pierna derecha de mi abuelo mientras
me abrazaba y en la otra mano su taza de café o su
cigarro, en sus brazos me sentía segura pero aun tenía miedo, la casa
de mis padres estaba a una cuadra, éramos de las últimas casas del pueblo. Frente
a la casa había un árbol de Pochota enorme uno de
los más grandes que he visto, era inmenso con sus rama que
se extendían sobre el techo de mi casa, ¡¡se derrumbara!!,
pensaba, y cayera sobre mis padres.
Mi abuelo
fijaba su vista al patio, podíamos vér cómo se mecían los arboles de mango, truenos y relámpagos sin cesar, y yo con una angustia que me
mataba, mi abuelo me miraba y me decía siempre -querés que pare el
agua?- y yo le decía con mi carita angustiada -si- entonce me bajaba,
me sentaba en la silla y le decía a mi abuela -Alicia, pasáme ceniza
del fogón y mi machete, vamo a pará el agua porque la niña tiene
miedo- salía mi abuelo al patio hacía una cruz de ceniza y clavaba el machete
en medio, para mi eso era más que satisfactorio, regresaba a la silla, se secaba
y me tomaba entre sus brazos, tomaba su café mientras yo miraba
fijamente la lluvia incesante hasta quedar dormida entre los brazo de mi abuelo
y para mí la lluvia paraba, mi abuelo si sabía cómo parar la lluvia, era una
persona impresionante. Después de un rato me despertaba y todo estaba
claro como el agua, podía ver el cerro que estaba enfrente tan claro
que veía los árboles perfectamente, las hoja y creo que hasta un tigre
que decían que andaba rondando por ahí. Todo limpio, claro,
verde como el verde más hermoso jamás visto, salía a la calle, los niños
jugaban en el arrollo que deja la lluvia, aunque para mi estaba prohibido salir de la casa era lindo ver como jugaban mojandose con el agua clara- hasta
se respiraba diferente, ese era un día clásico de
lluvia en la frailesca... tan bonita mi frailesca.
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