viernes, 3 de agosto de 2012

La magia de mi abuelo



Si muriera, no quisiera que mis recuerdos se extinguieran... En la región de la frailesca las lluvias se sienten, son parte de recuerdos inolvidables, parte de la vida de todo frailescano, porque todos tenemos recuerdos de lluvias con truenos, relámpagos, vientos, lluvias interminables. Viví con mis abuelos mucho tiempo, fui la primer nieta de Don Romeo Nucamendi Sánchez y Doña Alicia Velázquez Ocaña, por lo tanto consentida y querida por ellos, él un hombre agradable, acomedido, muy juguetón con todo el mundo. Mi abuela una mujer de carácter, entregada a su casa pero sin ser sometida jamás por ningún modo, mi abuelo la amaba y ella amaba a mi abuelo, de esos amores épicos que casi no se ven hoy en día. Mi abuelo falleció cuando yo tenía 9 años... casi no recuerdo la voz de mi abuelo, solo recuerdo su cara, sus mano y su manera de ser. Cariñoso, amoroso un hombre excepcional, siempre tratando de complacer a su nieta, que era la luz de sus ojos por ser la primera... A mis 5 años, me recuerdo en la casa de mis abuelos caminando de un lado a otro por el miedo de la tempestad, mi abuela en la cocina preparando café de grano en un fogón enorme que mi abuelo le había construido, me llamaba tanto la atención verla hacer café, ponerlo en el colador de manta y darle vueltas para exprimír hasta la última gota, pero eso no importaba, -qué tenés Albita que no encontrás sociego!... la tormenta se escucha, los árboles silban por el aire que no descansa... un miedo incesante dentro de mí, veía a mi abuelo sentado en una silla de la mesa que estaba en el corredor, la silueta de mi abuelo, alto, delgado, con sus ojos azules, profundos como el mar, recuerdo que me decía -qué tenés hijita, no tengás miedo- me llamaba a sus brazos mientras fumaba un cigarro, ahí me sentía mejor, los brazos de mi abuelo eran el mejor lugar para descansar, todas las tardes sin falta recuerdo que salíamos a la calle a sentarnos en una silla que mi abuelo tenía, mi lugar siempre fue la pierna derecha de mi abuelo mientras me abrazaba  y en la otra mano su taza de café o su cigarro, en sus brazos me sentía segura pero aun tenía miedo, la casa de mis padres estaba a una cuadra, éramos de las últimas casas del pueblo. Frente a la casa había un árbol de Pochota enorme uno de los más grandes que he visto, era inmenso con sus rama que se extendían sobre el techo de mi casa, ¡¡se derrumbara!!,  pensaba, y cayera sobre mis padres.
Mi abuelo fijaba su vista al patio, podíamos vér cómo se mecían los arboles de mango, truenos y relámpagos sin cesar, y yo con una angustia que me mataba, mi abuelo me miraba y me decía siempre -querés que pare el agua?- y yo le decía con mi carita angustiada -si- entonce me bajaba, me sentaba en la silla y le decía a mi abuela -Alicia, pasáme ceniza del fogón y mi machete, vamo a pará el agua porque la niña tiene miedo- salía mi abuelo al patio hacía una cruz de ceniza y clavaba el machete en medio, para mi eso era más que satisfactorio, regresaba a la silla, se secaba y me tomaba entre sus brazos, tomaba su café mientras yo miraba fijamente la lluvia incesante hasta quedar dormida entre los brazo de mi abuelo y para mí la lluvia paraba,  mi abuelo si sabía cómo parar la lluvia, era una persona impresionante. Después de un rato me despertaba y todo estaba claro como el agua, podía ver el cerro que estaba enfrente tan claro que veía los árboles perfectamente, las hoja y creo que hasta un tigre que decían que andaba rondando por ahí. Todo limpio, claro, verde como el verde más hermoso jamás visto, salía a la calle, los niños jugaban en el arrollo que deja la lluvia, aunque para mi estaba prohibido salir de la casa era lindo ver como jugaban mojandose con el agua clara- hasta se respiraba diferente, ese era un día clásico de lluvia en la frailesca... tan bonita mi frailesca.